En tiempos de Pentecostés, la oración del educador antes de la clase

 


Hemos celebrado recientemente la fiesta de Pentecostés. Una conmemoración que tiene amplio significado para la vida de cada persona y para la vida de la Iglesia. No pretendo ahora mismo ahondar en el mensaje vivo y actual que este acontecimiento representa ya que la literatura alrededor del tema es amplia y diversa. 

Mi intensión es compartir una oración que hace parte de la tradición espiritual y pedagógica de la familia lasallista en la que se deja entrever la profunda conexión entre la fiesta del Pentecostés y la misión de todo educador. En ese sentido me parece necesario plantearnos la siguiente pregunta: Desde una óptica de fe, cristiana y católica, ¿Qué es aquello que el educador más necesita, y que no puede prescindir, para desempeñar de la mejor manera su tarea educadora?. 

Se trata acaso de una sólida formación pedagógica, o de un acertado manejo de las mejores herramientas tecnológicas, o de una actitud reflexiva y constante de su propia práctica, o de una permanente observación y análisis de la realidad... El listado sin duda podría ser innumerable, ante lo cual lo que queda decir es que aún con todo ello incorporado en el maestro, seguirá haciendo falta lo más importante. ¿De qué se trata entonces aquello que le hará falta? Precisamente del Espíritu Santo. Por eso señalé la mirada de fe del acto educativo como clave de comprensión de la pregunta. 

¿Acaso pudieron haber tocado el corazón de los niños, los jóvenes y sus familias santos educadores como Calasanz, Don Bosco, De La Salle y tantos otros; sin la ayuda del Espíritu Santo? ¿Sin su presencia acaso habrían sobrellevado las dificultades que a su paso se les iban presentando? ¿Acaso sin el Espíritu Santo habrían discernido la realidad, junto a sus hermanos de comunidad, para hallar las mejores estrategias metodológicas para el aula? Sin duda, reitero, desde una óptica de fe, la respuesta es clara: No lo habrían conseguido.

De allí que esta oración que memoricé hace por lo menos 25 años, me resulta oportuna para estos días y para cada mañana antes de emprender las clases. Puede repetirse mientras cada maestro va de camino al colegio, o incluso al final de las mismas para dar gracias. Lo importante es que nos enseña a pedir el Espíritu Santo para nuestra misión diaria, así como cada uno de los Dones que éste trae consigo. 

En adelante, si no ha sido una práctica habitual, te invito amigo educador; a reconocer la fuerza del Espíritu Santo, su presencia, su fuego renovador que concede unidad, comprensión y alegría para el desarrollo de cada una de las funciones asociadas a tu ser de maestro. Para ello la siguiente oración:


Oración del educador

 

Señor, tú eres nuestra fortaleza y paciencia,

nuestra luz y consejo. 

Tú sometes a nuestra autoridad el corazón de los niños y jóvenes 

confiados a nuestra solicitud. 

No nos dejes abandonados a nuestras fuerzas

ni un solo instante.

Danos para nuestro propio gobierno

y el de nuestros discípulos, el espíritu de sabiduría y de entendimiento,

de consejo y de fortaleza; de ciencia, de piedad; y de tu santo temor.

Danos celo ardiente para procurar tu gloria. 

Amén.  





  











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