La guerra continúa. ¡Sigamos orando por la paz!

 

 


Por: Camilo E. Rodríguez F.

 

El pasado 27 de octubre se desarrolló, en la Basílica de San Pedro y con la presencia del Santo Padre, la jornada de oración por la paz del mundo a la que él mismo había convocado días atrás. Se trató de una jornada maravillosa en la que cada uno de los asistentes, presenciales y virtuales, se dispusieron para clamar juntos por la paz de las naciones; en especial por la paz de aquellos países en las que sus habitantes conviven actualmente con el dolor de la guerra, como son Tierra Santa y Ucrania.    

Presencié el acontecimiento a través de las redes sociales y me conecté profundamente con la oración final que el Papa pronunció. Se trata de una bella y conmovedora síntesis de las peticiones que en esa jornada muchos, alrededor del mundo, dirigimos al Señor; quizás con otras expresiones, pero siempre en búsqueda de lo mismo: El Don de la paz para el mundo entero.

La certeza de la fe nos permite confiar en que las oraciones han sido escuchadas por nuestro padre creador y que el Espíritu Santo actúa y seguirá haciéndolo para tocar los corazones de aquellos líderes de quienes depende directamente que las relaciones entre estos pueblos en guerra se restablezcan. No obstante, a juzgar por los hechos, es claro que aún la situación no disminuye y que se puede prolongar por varios meses más.

¿Qué hacer al respecto? ¿Olvidarnos o resignarnos? ¿Caer en la indiferencia? ¿Dejar morir la esperanza de un mundo mejor para todos, para estos pueblos en guerra? En absoluto. Lo que nos corresponde es seguir orando sin cesar. No podemos sucumbir, porque si algo hay que nos caracterice a los cristianos, es la esperanza que se desprende de confiar en el Señor.  

Precisamente por ello, quiero proponer a las personas, a los hogares, a los colegios, a las empresas, etc. mantenernos unidos en la oración por la paz. Que sea una de las intenciones constantes en el silencio de nuestros momentos de interioridad. Para ello les propongo acudir a la misma oración que el Papa pronunció y que a continuación comparto con todos ustedes. Espero les resulte un modelo propicio. En cualquier caso, de no serlo, cabe señalar que lo más importante no es repetir fórmulas sino poner en manos de Dios esta situación que nos agobia como especie y que solo su él puede resolver definitivamente.

 

Oración del Santo Padre Francisco al finalizar el momento de oración

Pacem in terris

 

María, míranos. Estamos aquí ante ti. Tú eres Madre, conoces nuestros cansancios y nuestras heridas. Tú, Reina de la paz, sufres con nosotros y por nosotros, al ver a tantos de tus hijos abatidos por los conflictos, angustiados por las guerras que desgarran el mundo.

Es una hora de oscuridad. Esta es una hora de oscuridad, Madre. Y en esta hora de oscuridad, nos sumergimos en tus ojos luminosos y nos confiamos a tu corazón, que es sensible a nuestros problemas y que tampoco estuvo exento de inquietudes y temores. Cuánta preocupación cuando no había lugar para Jesús en el albergue, cuánto miedo cuando tuvieron que huir rápidamente a Egipto porque Herodes quería matarlo, cuánta angustia cuando se perdió en el templo. Pero, Madre, tú en las pruebas fuiste valiente, fuiste audaz, confiaste en Dios y respondiste a la preocupación con la solicitud, al miedo con el amor, a la angustia con la donación. Madre, en los momentos decisivos no retrocediste, sino que tomaste la iniciativa: fuiste sin demora a ver a Isabel, en las bodas de Caná obtuviste el primer milagro de Jesús, en el Cenáculo mantuviste a los discípulos unidos. Y cuando en el Calvario una espada traspasó tu alma, tú, Madre, mujer humilde, mujer fuerte, entretejiste de esperanza pascual la noche del dolor.

Ahora, Madre, toma una vez más la iniciativa, tómala en favor nuestro, en estos tiempos azotados por los conflictos y devastados por las armas. Vuelve tus ojos misericordiosos a la familia humana que ha extraviado el camino de la paz, que ha preferido Caín a Abel y que, perdiendo el sentido de la fraternidad, no recupera el calor del hogar. Intercede por nuestro mundo en peligro y en confusión. Enséñanos a acoger y a cuidar la vida —¡toda vida humana!— y a repudiar la locura de la guerra, que siembra muerte y elimina el futuro.

María, muchas veces tú has venido a nuestro encuentro, pidiéndonos oración y penitencia. Nosotros, sin embargo, ocupados en nuestros asuntos y distraídos por tantos intereses mundanos, hemos permanecido sordos a tus llamadas. Pero tú, que nos amas, no te cansas de nosotros. Madre, tómanos de la mano. Tómanos de la mano y guíanos a la conversión, haz que volvamos a poner a Dios en el centro. Ayúdanos a mantener la unidad en la Iglesia y a ser artífices de comunión en el mundo. Recuérdanos la importancia de nuestro papel, haz que nos sintamos responsables por la paz, llamados a rezar y a adorar, a interceder y a reparar por todo el género humano.

Madre, solos no podemos lograrlo, sin tu Hijo no podemos hacer nada. Pero tú nos llevas a Jesús, que es nuestra paz. Por eso, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros recurrimos a ti, buscamos refugio en tu Corazón inmaculado. Imploramos misericordia, Madre de misericordia; suplicamos paz, Reina de la paz. Mueve los corazones de quienes están atrapados por el odio, convierte a quienes alimentan y fomentan conflictos. Enjuga las lágrimas de los niños —en esta hora lloran mucho—, asiste a los que están solos y son ancianos, sostiene a los heridos y a los enfermos, protege a quienes tuvieron que dejar su tierra y sus seres queridos, consuela a los desanimados, reaviva la esperanza.

Te entregamos y consagramos nuestras vidas, cada fibra de nuestro ser, lo que tenemos y lo que somos, para siempre. Te consagramos la Iglesia para que, testimoniando al mundo el amor de Jesús, sea signo de concordia, sea instrumento de paz. Te consagramos nuestro mundo, especialmente te consagramos los países y las regiones en guerra.

El pueblo fiel te llama aurora de la salvación. Madre, abre resquicios de luz en la noche de los conflictos. Tú, morada del Espíritu Santo, inspira caminos de paz a los responsables de las naciones. Tú, Señora de todos los pueblos, reconcilia a tus hijos, seducidos por el mal, cegados por el poder y el odio. Tú, que estás cerca de cada uno, acorta nuestras brechas de separación. Tú, que tienes compasión de todos, enséñanos a hacernos cargo de los demás. Tú, que revelas la ternura del Señor, haznos testigos de su consolación. Madre, tú, Reina de la paz, derrama en los corazones la armonía de Dios. Amén.

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